Corazón congelado

Hay algo que agoniza, agonía muda y congelada.
Nubes densas y amarillentas se pegan a la carne venosa de ese musculo. Un tajo arma un surco por donde caminan las garrapatas gordas de esos perros callejeros de cuero negro y orejas gris plata. El hambre convoca a chupar la sangre de lo que sangra.
Esa nube amarillenta se dejaba ver en la almohada rota y babeada de esa cama inmunda que conserva tu orgasmo con olor a canela. Ese instante en que se humedece el sexo caliente y borbotea lleno de semen; taza de café con leche y la medialuna mojada en espuma.
En esas almohadas pulguientas se escriben versos.
La luna penetra en manchas que a trasluz parecieran gritar desde la ventana. Las ranas se atan los corpiños a la orilla del charco, las totoras carnosas empiezan a sudar. Largos vástagos se entierran en el barro podrido y caliente. El agua negra burbujea quieta.
Hay algo ahí que late y pulsa vivo.
Blanco y negro, blanco y negro danzan, se superponen, se tragan uno al otro desaparecen y vuelven en ráfagas centelleantes que se mueven alocadas, serpentinas fluorescentes.
Hay un rumor de viento que se desliza entre las ramas y se chocan las hojas que cuelgan de esos tallos artríticos.
Las manos que tocan mi sexo son las mías, esa carne venosa que late, ese tajo y el surco de garrapatas inertes, esos pelos gris plata, ese hambre de café con leche con medialunas, esa carne que sangra y que sangra.




Comentarios